Muchos de nosotros nos hemos convertido en inquisidores de lo que hacen los demás; de quienes tenemos más o menos cerca y, por supuesto, de quienes son figuras públicas. Opinamos y descalificamos sin ningún respeto e incluso sin tener muchas veces suficiente información como para hacer valoraciones, contribuyendo con ello no sólo a su desprestigio, sino también a calentar el ambiente para que otros, siguiendo nuestros pasos, se sumen a las críticas.
Y nos quedamos tan a gusto. Y no nos remuerde la conciencia, entre otras cosas, porque «despellejar» a otros casi se ha convertido en el deporte nacional: es una práctica tan habitual que la vemos normal e incluso correcta. Es lo que hay.
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