El estilo de vida que se ha impuesto en nuestra sociedad hace que muchos vivamos un día a día bastante sobrecargado de responsabilidades, obligaciones y tareas; con una agenda apretada que apenas nos deja tiempo ni para nosotros ni para los demás. Y así -casi siempre corriendo- nos pasan los días, nos pasan los meses e incluso nos pasan los años.
Pero es importante parar; y es importante liberar tiempo para la reflexión y para hacer balance de las cosas buenas que tenemos y que tantas, tantas veces, no valoramos en su justa medida; porque siempre han estado ahí o porque, simplemente, pensamos que nos las merecemos.
Muchos de nosotros tenemos en común el haber tenido la oportunidad de formarnos como ingenieros. Hemos tenido acceso a una formación académica excelente y hemos tenido acceso a algunos profesores excepcionales que, más allá de enseñarnos sus correspondientes materias, han sido referentes para nosotros en el ámbito personal. Y hemos recibido también una educación en valores y una educación religiosa que condiciona enormemente nuestra forma de ver el mundo, condiciona enormemente lo que pensamos y condiciona enormemente lo que somos. Y tanto nos condiciona que, casi sin que nos demos cuenta, lo cierto es que guía las decisiones que vamos tomando en la vida. Tanto en el ámbito profesional como en el ámbito personal.
Es mucho lo que se nos regaló y mucho lo que, gracias a eso, tenemos hoy. Y lo justo es que lo pongamos en valor y lo apreciemos como el tesoro que es. Y que sintamos un profundo agradecimiento hacia quienes nos facilitaron esa oportunidad, hacia la Universidad, hacia aquellos que en tantas ocasiones hicieron por nosotros mucho más que su trabajo y, por qué no decirlo, también hacia Dios.
Porque posiblemente ninguno merecíamos tanto. Se nos regaló sin más. Nuestro único mérito es que supimos aprovechar la oportunidad.
El vivir desde el agradecimiento deja una sensación de bienestar como pocas cosas dejan en esta vida. Y es un estado que hace sentir tan bien que, cuando es sincero, genera en nosotros una clara orientación al servicio que de alguna manera buscamos hacer realidad, para que otros se sientan igual.
La colaboración económica con las ONG, siempre al servicio de los más desfavorecidos, es una buena vía desde la que tratar de devolver, al menos en parte, tanto como hemos recibido.
Aún mejor lo es el voluntariado, desde el que compartimos algo tan precioso como nuestro tiempo, nuestro conocimiento, nuestras emociones y nuestro corazón.
En cualquier caso, en mi opinión, lo más importante es llevar una vida coherente y empezar por lo más cercano, por lo pequeño, por lo cotidiano. Y vivir desde esa orientación al servicio siempre, en los distintos entornos en los que nos movemos cada día, tanto en el ámbito profesional como en el ámbito personal. Sabiendo anteponer el bien común a nuestros intereses personales y tratando de hacer la vida más fácil a las personas que van pasando a nuestro lado.
La imagen es de jill111 en pixabay
Gracias Marta por compartir tu reflexión con la que estoy muy de acuerdo.