En los últimos años el término “resiliencia” ha ido cogiendo cada vez más fuerza entre nosotros. Lo usamos para referirnos a esa capacidad que tenemos las personas para adaptarnos a situaciones que nos resultan adversas.
La vida -incluso la vida de las personas más felices- está llena de adversidades y de dificultades. Y todos, sin excepción, atravesamos etapas complicadas en las que tenemos que superar sinsabores, fracasos, desengaños, traiciones o enfermedades.
Entre esas adversidades estamos llamados a vivir, a desarrollarnos como personas y a florecer.
Y para superar las dificultades que se nos presentan – y que se nos van a seguir presentando – no nos queda más remedio que aprender a ser resilientes e improvisar con rapidez.
El mundo en el que vivimos, además, está cambiando cada vez más deprisa. Al menos yo así lo siento. En tan sólo unos años ha cambiado de manera muy significativa la forma en la que nos comunicamos, la forma en la que nos relacionamos, la forma en la que trabajamos e incluso la forma en la que nos divertimos. Y estamos viendo cada día cómo están apareciendo nuevos modelos de empresas y cómo están surgiendo nuevas profesiones y desapareciendo otras.
Y quienes aquí vivimos empezamos a ser más que conscientes de que ya apenas podemos hacer planes a largo plazo sino que más bien hemos de vivir en continuo aprendizaje y en una constante adaptación a esta especie de montaña rusa en la que se ha convertido nuestro querido mundo. Por eso la resiliencia es una capacidad que se está haciendo tan valiosa entre nosotros.
Los ingenieros casi, casi podríamos decir que esa capacidad la tenemos «de serie»: tantísimas horas de estudio restadas al sueño y a los planes divertidos, la lucha continua por superar unos exámenes interminables con problemas casi imposibles de resolver y tanto esfuerzo para salir adelante a pesar de la sobrecarga y las dificultades, forjan el carácter. Y de qué manera. Yo, personalmente, a día de hoy y con la perspectiva que dan los años, creo que es uno de los activos valiosos que saqué tras mi paso por la Escuela; un activo que me ha resultado tremendamente útil tanto en la vida profesional como en la vida personal.
Y con todo y con eso, es una capacidad que siempre conviene fortalecer.
El as que muchos de nosotros tenemos en la manga es que, por deprisa que quiera cambiar el mundo, sus costumbres y sus modas, los pilares que sostienen nuestra vida –los valores y la Fe- son firmes y sabemos que permanecerán ahí, inamovibles, facilitándonos la estabilidad.
Debemos enfrentarnos sin miedo a esta etapa que nos está tocando vivir. Por incierto y cambiante que parezca el suelo en el que pisamos y por rápida que sea la velocidad a la que está empezando a girar el mundo creo que no debemos acobardarnos sino ser resilientes. Porque también podemos disfrutar de esta etapa como algo apasionante que estamos teniendo el privilegio de vivir en primera persona.
Debemos también mirar a nuestro alrededor y cuidar de que esos otros – con menos recursos, menos resilientes o menos afortunados que nosotros – no se queden atrás.
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