Nuestros valores son esos principios o virtudes que nos caracterizan y que nos mueven a actuar de una manera o de otra. Forman parte de nuestras creencias y condicionan cómo nos comportamos y cómo expresamos nuestros intereses y sentimientos.
Juegan un papel tan relevante en nuestra vida que constituyen el marco de nuestra manera de pensar y determinan la forma en la que nos relacionamos con los demás y cómo nos gustaría vivir.
Hablamos de respeto, tolerancia, honradez, honestidad, responsabilidad, humildad, sinceridad, gratitud, solidaridad o bondad.
Quienes vivimos en este llamado primer mundo, ya desde la infancia somos educados en la competitividad. De tal manera que según aterrizamos en la educación infantil ya nos están hablando de lo importante que es estudiar, lo importante que es tener una buena nota media y lo importante que es llegar a tener un buen CV para poder después ganarnos la vida razonablemente bien. Y según entramos en la vida profesional comprobamos que la cosa no ha hecho más que empezar, porque tenemos por delante todo un camino de posibilidades que podemos recorrer, o no.
Y prosperar está bien, cómo no. E ir cumpliendo metas e ir viendo sueños hechos realidad también es genial. Pero siempre que no sea a cualquier precio; siempre que lo hayamos logrado sin pisar a los demás ni dejarlos tirados por el camino y siempre que lo hayamos logrado desde la honestidad.
Es ese “cómo” hacemos las cosas lo que marca la diferencia entre unos y otros. Y es en ese “cómo” donde se ve qué clase de personas somos y qué es lo que nos mueve: es donde se ve cuáles son nuestros valores.
De tal manera que dos vidas, que vistas desde fuera parezcan similares, pueden ser, de hecho, radicalmente distintas. Dos personas pueden hacer un mismo trabajo y obtener unos mismos resultados pero que mientras que a uno lo mueva el hambre de poder a otro lo mueva el espíritu de servicio. Sus valores condicionarán enormemente la manera en la que conseguirán sus objetivos, condicionarán enormemente lo que van sembrando por el camino y condicionarán enormemente cómo se sentirán cuando lleguen a la meta. Podrán ser dos vidas aparentemente similares, sí, pero nada tendrán que ver en lo esencial.
Son nuestros valores los que hacen ver a los demás si pueden o no confiar en nosotros. De la misma manera que son los valores de los demás los que nos señalan a nosotros en quién podemos confiar. Tanto en el ámbito profesional como en el ámbito personal:
Es conociendo los valores que tiene una persona como sabremos si en un momento dado un comentario ha sido hecho con mala o buena intención. De la misma manera que es conociendo los valores que tiene una persona como sabremos si podemos confiar en ella o no: quien es bueno podemos estar seguros de que hará hasta lo imposible por ayudarnos cuando necesitemos que nos eche una mano, de la misma manera que quien es interesado podemos estar seguros de que nos echará un capote tan solo si le viene bien. En la vida profesional también es fácil distinguir a quien es trabajador y pone el bien común y el bien de la empresa por encima del suyo del que simplemente busca cumplir con su trabajo.
En la vida hay muchas relaciones que nos vienen impuestas: no escogemos la familia en la que nacemos, no escogemos a nuestros vecinos, no escogemos a nuestros compañeros de clase, no escogemos a nuestros profesores, ni a nuestros compañeros de trabajo ni a nuestros jefes.
Pero en otras muchas ocasiones, sí que escogemos a quienes queremos que sean nuestros compañeros de viaje: nuestros amigos, nuestras parejas o las personas que incorporamos a nuestros equipos de trabajo. Si los buscamos entre quienes tienen valores aumentaremos enormemente las probabilidades de acertar.
Vivimos en una sociedad en la que parece que todo el mundo va a lo suyo y en la que se ha impuesto que «todo vale». Pero es importante que tengamos criterio y que sepamos distinguir con claridad lo que está bien de lo que está mal, por mucho que eso que está mal lo haga todo el mundo. Y hemos de saber ser diferentes y llevar una vida coherente con esos valores que decimos tener.
Hacerlo nos supondrá más de un disgusto. Pero seremos más felices y viviremos con paz.
La imagen es de Bru-nO en pixabay
Marta gracias por tu reflexión y por compartirla. Aquellos que tuvimos o tenemos el privilegio de formarnos en el ICAI deberíamos tener lo que dices como manual de cabecera y además hacer que se note allá donde actuemos. Ojalá sea así. Gracias.
Lectura recomendada para los que conocen la #filosofía de los valores
Qué buena reflexión has hecho, Marta. Y muy bien transmitida. La comparto totalmente. Un abrazo.