Autor: Álvaro Manrique
Al fin llegó el día tan esperado. Desde hace varios meses, cuando nos dieron la fantástica noticia a mi compañera Blanca Sáez y a mí de que nos íbamos a Mozambique para realizar un proyecto de cooperación, no podíamos dejar de pensar ni un solo día en cómo sería todo aquello: cómo nos adaptaríamos a nuestra nueva vida, cómo nos recibirían o en qué condiciones nos encontraríamos todo aquello. Pero también nos surgió mucha incertidumbre porque no sabíamos si estaríamos a la altura de la circunstancias, al fin y al cabo, el mundo real difiere bastante de lo aprendido en la universidad.

Con todo ello, el miércoles, día 30 de enero de 2019 nos embarcamos en el avión de Ethiopian Airlines dirección a Mozambique. Nuestro punto de partida en esta aventura comienza en Malawi, donde aterrizó el avión. En el aeropuerto se encontraba el director de la escuela donde realizaríamos nuestro proyecto, el Padre Jesuita Ferdinand Müller.
Ya cruzada la frontera y después de sufrir el primero de nuestros muchos problemas con el visado, llegamos a lo que sería nuestro hogar durante los siguientes meses. El recibimiento que tuvimos por parte de toda la familia jesuita fue fantástico. Son todo mozambiqueños, jóvenes en su mayoría que están formándose para llegar a ser padre jesuita. Conocemos a Mequias, el ministro como lo llaman allí, encargado de la gestión del internado; también a Narciso, quien asume el papel de economista de toda la escuela; al Padre Mukane, párroco de la Iglesia y al Padre Carlos Cardoso, encargado de los asuntos espirituales de la escuela.
La primera semana, una vez instalados, pasamos a conocer las instalaciones, viendo cada uno de los problemas que sufren a diario y pensando en cómo poder mejorar todo ello. Conocemos a los niños y niñas del internado. Lo primero que nos llaman es mzungu, que significa ‘hombre blanco’ en swahili, apodo que nos acompañará durante el resto de nuestra estancia.
El primer mes lo disfrutamos un montón, aprendiendo cosas nuevas sobre ingeniería como los sistemas de placas solares fotovoltaicas, grupos generadores diésel o cómo funcionan las fosas sépticas, pero también aprendemos mucho sobre otra realidad a la que estamos acostumbrados: la forma de vida que llevan todos esos niños y niñas, vidas llenas de desgracias en la mayoría de los casos pero que, a pesar de ello, no se refleja en sus caras. Siempre tienen una sonrisa que darte, compartiendo todo con los demás, por poco que tengan.
A pesar de todas nuestras ganas y esfuerzo por sacar el proyecto adelante, la gran cantidad de problemas que iban surgiendo nos dejó poco rango de actuación.
Pese a esta situación, no dejamos que el desánimo se apodere de nosotros y continuamos buscando soluciones, yendo de un sitio a otro para intentar conseguir nuestro objetivo. Es en este punto cuando nos damos cuenta del pésimo sistema público del país, donde la corrupción es el pan de cada día. Nos es imposible conseguir cualquier documento, mapa o cartografía sin tener que untar a medio ministerio. Creemos que al ser europeos los funcionarios nos ven con el símbolo del dólar tatuado en la frente.
Mientras tanto, seguimos sufriendo el problema de los visados. En menos de una semana he visitado cuatro fronteras de cuatro países distintos, consiguiendo solamente una prórroga de treinta días para permanecer en el país. Ante este nuevo escenario decidimos fijar una serie de prioridades. Intentamos hacer todo lo posible para mejorar el sistema de saneamiento de agua; conseguimos, tras mucho esfuerzo, que nos analizaran la calidad del agua de los pozos de la escuela e incluso que el director nos hiciera caso a la hora de comprar mosquiteras para algunos de los estudiantes del internado.
Finalmente, nuestra mayor preocupación se hizo realidad y no pudimos alargar más nuestra estancia, por lo que nuestra vuelta a Madrid vino antes de lo esperado.
Todo esto se escribe muy rápido pero hay que estar allí para vivirlo. Viendo cómo la gente de nuestro alrededor se infectaba con malaria y algunos de ellos no conseguían superarla, cómo un ciclón, el más grande de los últimos tiempos, arrasa medio país, cómo el sistema de migración no es capaz de solucionarte nada y cómo el director de la escuela donde intentas ayudar no muestra en absoluto el apoyo que debería.
Por lo que he escrito parece que el proyecto haya sido un auténtico desastre, pero nada más lejos de la realidad. Hemos vivido experiencias magníficas, conocido a personas increíbles que han dado todo lo que podían por nosotros, nos hemos dejado la piel ayudando en todo lo que hiciese falta y aprendiendo mucho más de lo que lo hubiésemos hecho en cualquier oficina. También hemos vivido en ambientes nada seguros, llenos de enfermedades que pueden llegar a ser mortales como la malaria y el cólera, sufriendo la corrupción de policías y militares y quedándonos atrapados en fronteras con lo puesto durante varias noches. Pero sobre todo hemos aprendido a valorar todo lo que tenemos, la gran suerte que tuvimos a la hora de nacer en un lugar como España, a apreciar a la familia y amigos que nos rodean y a recordar que, en este mismo momento, millones de personas viven una realidad mucho más dura de la que muchos de nosotros podemos imaginar.